Cuando se haya talado el último árbol, envenenado el último río y pescado el último pez, entonces comprenderás que el dinero no se come.

miércoles, julio 04, 2012

Haciendo la conexión.


La "gata gorda" (o Loli, como la llaman en casa), ha pasado el mes de junio como uno de los peores de su vida: llegó un día cojeando y con mala cara y empezó a dejar de moverse con la misma facilidad con que lo hacía antes. Apenas quería comer o beber.

El veterinario nos dijo que, probablemente, le había mordido un gato o que le había dado un golpe un coche, así que nos dio unos antibióticos/anti-inflamatorios para que se los tomara una vez al día. A nuestros ojos, no mejoraba. El maullido gritón de siempre se quedó en un lamento. Desapareció un día entero y, cuando nos dimos cuenta, se había escondido en una habitación de la casa. Se había hecho pipí encima, la pobre.
Un par de días después, volvió a quitarse de enmedio y la encontramos en una esquina de un arriate. Fue para echarse a llorar: del árbol que había al lado, le cayó una hoja encima de la pata y, del mismo susto, se volvió a hacer pipí. Una lágrima reseca le caía desde el ojo hasta su naricilla.

He de decir que, pese a que el veterinario siempre ha dado en el clavo, esta vez dudábamos mucho de su diagnóstico. Sin embargo, para cuando pudimos convencer a la gata de que volviera a la casa, nos dimos cuenta de que, efectivamente, tenía una herida en la pata: antes no se le veía, cubierta perfectamente por el pelo. Ahora, empezaba a caérsele el pelo y a dejarle la pata en carne viva. La pobre pasó unos días regulares, en los que yo aproveché para cambiarle el nombre de Gata Gorda a Supuradora (con cariño, de verdad, e intentándole quitar peso al espectáculo dantesco en el que, de las distintas heridas de su patita, podíamos ver cómo salía pus a diestro y siniestro).

El veterinario tenía toda la razón del mundo y, cuanto más porquería le salía a la pobre de Loli, mejor parecía encontrarse. La infección se le quitó, pero - según nos explicó el veterinario- el mismo pus, al ser corrosivo, le irritó el resto de la pata, dando como resultado que perdiera todo el pelo desde el muslo.

La verdad es que hubo momentos en los que pensé que la perdíamos. Fue una alegría verla empezar a recuperarse y a comer, con mucho más apetito del que nunca ha tenido.

Pero, ¿esto qué tiene que ver con "hacer la conexión"?

Mi hermana y mi  madre estaban tanto o más afectadas que yo con el tema de la gata: mi hermana no podía soportar el sufrimiento y estuvo varios días casi con el mismo estado de ánimo que la gata. Yo miraba a las 3 (gata, madre, hermana) y no lo entendía. Sigo sin hacerlo. ¿Por qué no hacen la misma conexión que hice yo hace 12 años?

Ver sufrir a un animal al que quería me hizo conectar aquel dolor con el de los cientos de animales anónimos que habían tenido que sufrir y morir POR MI CULPA, para que yo me los comiera. No era necesario ni imprescindible, ni yo tampoco era consciente de que aquello podía ser de otra manera. Hasta que Kathy no murió delante mía, hasta que no la vi sufrir no lo entendí; no relacioné que todos, TODOS los animales, independientemente de que los conozcamos o los queramos, independientemente de que sintamos mayor empatía por un perro que por un pollo, TODOS LOS ANIMALES SUFREN. Y yo no quise formar parte de aquello por más tiempo.

Así que no, no entiendo cómo puede ser tan difícil meter en el mismo saco el respeto hacia todos los animales y tener una visión más global.

Cuando leemos una noticia sobre un bebé abandonado, sobre un anciano maltratado, automáticamente sentimos pena por ellos y desprecio por quien provocó la situación, aunque no conozcamos ni a unos ni a otros. Sin embargo, somos incapaces de hacer esto mismo con los animales, más allá de aquellos que conocemos o nos son queridos. ¿Por qué?

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