Cuando se haya talado el último árbol, envenenado el último río y pescado el último pez, entonces comprenderás que el dinero no se come.

viernes, octubre 14, 2011

Mi flor de loto.



Nunca desprecié una causa perdida;
nunca negaré que son mis favoritas.
(Flor de Loto. Héroes del Silencio)

A lo largo de mis escasos años de docencia me he ido encontrando con muchas flores de loto. Todas preciosas, todas frágiles. Algunas a punto de perderse para siempre en las aguas. Otras, agarradas con fuerza a la planta que les dio la vida.

He vuelto a encontrar una de mis flores. Ahí sigue, justo donde la dejé: nada ha cambiado.

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Está muy bien eso de tener días de fiesta, de verdad. Pero ayer me pasé todo el día saludando a la gente con un sonsonete inaudible: "¿Qué tal el fin de semana?"
Obviamente, no ha habido ningún fin de semana, porque después del miércoles viene el jueves, pero la inercia intentaba que mi lengua hiciera la pregunta (sin éxito; afortunadamente pude controlarla).

Y si yo estaba así (además de cansada), ¿qué se puede esperar de los niños?

Venían como pequeños tornados, arrasando con la paciencia de cualquiera, incluida la mía propia.

Durante una hora traté de apaciguar al rebaño de 5º sin mucho éxito. En lo más profundo de mi ser, deseé salir volando de allí y dejar a mi tribu de cafres correteando, hablando y torturando a otra que no fuera yo.
Eché espumarajos por la boca, me enfadé y me marché cuando fue el momento. Pero antes, ay amigos, me maldije unas cuantas veces.

Hay un crío que tiene, entre otros problemas, dificultades bastante importantes en el campo de la lectoescritura y yo, la de las causas perdidas, me he "arremangao" y me he dicho que ya era suficiente. Un niño de 11 años incapaz de leer o escribir en su lengua nativa no es para mí. Y me he cogido 3 horas que tengo libres a la semana para secuestrarlo y que la cosa mejore. Solo hemos dado tres clases y, bueno, estoy segura de que vamos a salir adelante. No sé cuánto tardaremos o hasta dónde llegaremos, pero de verdad que voy a hacer todo lo posible para que cuando uno de los dos nos vayamos del centro, él haya aprendido a leer y escribir.

La cosa es que ayer pudo conmigo. Un segundo después de que me enseñara una pequeña herida que se había hecho en Educación Física, y de haberme ofrecido a traerle una tirita,le quité su balón y le pegué una voz por no parar de levantarse (sí, tiene TDAH, pero lo de ayer no tenía nombre). En ese espacio de tiempo en el que pasaba de mí, mientras miraba impasible a mis pequeños energúmenos, pensé de todo.

¿Merecía la pena dedicar mi tiempo a un niño que no me hace caso? ¿Perder horas de mi vida en las que no tengo por qué estar en el colegio, para que aprendiera a leer ese pequeño bicho pelirrojo que ignoraba alegremente mis buenos modales? ¿En algún momento de su vida se dará cuenta (¿os habéis dado cuenta?) de los pequeños y grandes sacrificios que a veces hacemos los maestros, y nos los agradecerá?

Terminó la clase y me fui un poco triste a comprobar que el resto de alumnos estaban igual de revolucionados que los de 5º. A la hora del recreo, fui a por la tirita (debería crear una ONG: "Un niño, una tirita", ya que casi rozo la obsesión) y vi que lo habían castigado en un rincón del patio. Como no tenía tiempo para nada, le di la tirita a un compañero y no sé si la puso o no. En realidad ya me daba igual. Yo había hecho lo que tenia que hacer y punto. Pero seguí pensando si tenía sentido la preocupación y el desaliento.

No importa cuánto le gritara ayer: estaba mañana me sonreía como si nada. Tampoco hoy ha sido un gran día en cuanto al comportamiento de esa clase (vale, dar inglés después del recreo no ayuda), y he salido también un poco penosa, pero he hecho gala de toda la paciencia del mundo para sortear los obstáculos conductuales simplemente porque...

...me he dado cuenta de que el rencor de los niños no es igual que el de los adultos.

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