Eso de independizarse tiene sus costes (no solo a nivel económico, sino también emocional, pero eso quizás lo comparta con vosotros en otro momento).
Que si el alquiler, la luz, el agua, la comida, los productos de limpieza,...Y es justamente en estos dos últimos ámbitos donde he querido centrarme en mi relación con el medio ambiente.
Ni que decir tiene que el reciclaje forma parte de una rutina diaria, que intento ahorrar agua y apagar las luces si no son necesarias. Pero, ¿y la limpieza, y la comida?
Vale, siendo vegetariana o casi vegana, la parte de preocuparme por el bienestar de los demás seres y del propio planeta está parcialmente cubierta.
Pero, ¿y mi salud? ¿De verdad quiero consumir, como lo llevo haciendo ya años, productos bañados en plaguicidas y modificados genéticamente? Seguramente, la película de terror más real tendría que ver con las barbaridades que se hacen con las materias primas, que luego, inocentemente, pasamos a engullir.
Pues no, no quiero, si está dentro de mis posibilidades, comer mierda. Así que pensé en comprar productos ecológicos. Entiendo que, a mayor demanda, mayor producción: si antes eran muy pocas las cooperativas o empresas que apostaban por la producción ecológica, ahora parece que, muy lentamente, el mercado empieza a surtirse de diferentes variedades. Y no hay por qué ir - aunque apetece - a una herboristería a comprarlos: en el mismo Carrefour tienen una sección más que interesante de productos ecológicos (cereales, alternativas a la leche, galletas, pasta, conservas y cosillas de Soria Natural).
La parte mala de comprar ecológico es el precio. A estas alturas de la vida, hemos aprendido que el dinero no está para despilfarrarlo (o, al menos, no deberíamos), sino para gastar lo justo y necesario, ahorrar y darse algún capricho de vez en cuando.
En este mismo punto confluye el comprar otros productos que, no siendo de alimentación, suelen ser necesarios en los hogares: gel, champú, pasta de dientes, fregasuelos...
Pero es justo aquí donde me queda claro en qué quiero gastar mi dinero: la mayoría de los productos que contienen químicos han sido "testados dermatológicamente" en animales. Ratas, conejos, perros, gatos, primates,...No se salva ninguno.
Para tener pestañas más largas. Así es como 300.000 animales de laboratorio sufren cada año.
No te dolerá ni un poquito.
Tumefacción, abrasión, inflamación, ceguera, úlceras, agonía, muerte.
¿Cómo te sentirías si te lo hicieran a ti? Detén la experimentación con animales.
Así que este pensamiento me ha llevado a invertir mi dinero en productos que no estén testados en animales: la pasta de dientes es de
Tom's of Maine (compré un pack de 6 en eBay a buen precio, pero si vais a las Islas Británicas, en las herboristerías también la tienen, junto con otra que tampoco es tested on animals:
Kingfisher), el gel de baño lo he comprado de oferta en el
Body Shop, aunque también suelo coger los de
Yves Rocher; el champú es de
Lush, las colonias de Yves Rocher, de Body Shop y de
Origins (cuya colonia de jengibre es, para mi gusto, increíble)...
Con los productos de limpieza he tenido un pequeño gran traspiés: estaba convencidísima de que los de Ecover no estaban testados en animales y parece que no es así. Ahora tengo que ponerme manos a la obra y buscar otros de una marca fiable. :/
El problema de muchas de estas empresas es que firman un acuerdo por el que se comprometen a no testar durante 5 años, pero pasado ese tiempo, pueden testar de nuevo si ellos quieren, así que uno no sabe bien si fiarse o no (supongo que es mejor curarse en salud).
Lo que me da más pena de todo esto es que, si el consumidor de a pie supiera lo que conlleva la creación de todos estos productos, seguramente muchos de ellos pedirían un cambio (cambio que, por otro lado, es posible, porque hay empresas que tienen éxito con sus productos y no experimentan en animales), y volveríamos a la ley de la oferta y la demanda.
Si me tocara la lotería, crearía una organización y bombardearía a la población con anuncios auténticos sobre este y otros temas, justo a esa hora en la que media España se reúne para ver a la Esteban o al Wyoming, y les mostraría uno de los lados ocultos de estas industrias. Si MacDonalds, Burger King y otros pueden hacer publicidad engañosa, nosotros podemos hacer publicidad verídica (o el término que sea correcto). Pero claro, para eso hay que tener dinero. :/
Después de decantarme por gastar en favor de los productos no testados en animales, me acordé de los
mercadillos ecológicos del Valle del Guadalhorce, y he pensado que, si tengo tiempo y necesito algo que pueda esperar, compraré mis verduras y frutas a estos productores locales que han decidido centrar sus esfuerzos en los cultivos ecológicos. :)
Ya os iré contanto nuevos descubrimientos.