Esta es la heladera que adquirí durante mi estancia en Inglaterra. Un día, en uno de esos supermercados baratos que me pillaban "cerca" de casa, la vi, reluciente, mirándome con cara de lástima y... ¡a 30 pounds! Aquello me pareció un chollo y, aunque era enero, yo ya vislumbraba veranos con helados sin fin en la calurosa Málaga. Y como también vislumbraba mi indepencia a medio plazo, compré dos: una para mi padre (que es otro loco de los aparatos, aunque en mayor medida) y otra para mí, para cuando me vaya de casa (y me lleve la mitad de la cocina, dicho sea de paso).
Entre una cosa y otra, ahí quedó la máquina hasta que este año he puesto en marcha mi plan "anti-procrastinación" (algo así como no dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy), que incluye principalmente, meterme en la cocina y hacer 20.000 chorradas y no chorradas.
La he desempolvado, he sacado el recipiente del congelador (es el punto negativo que le veo, además del tamaño: tienes que congelar la base previamente), he tomado mi nuevo libro de recetas y ha tocado la receta anterior :)
La máquina en sí no tiene mucho misterio: la base que hay que meter en el congelador, la pala que va encajada en la tapa, y la tapa (con un botón de on/off). La pala se mueve siempre en el mismo sentido (salvo que apagues la máquina y la vuelvas a encender), y tiene una abertura en la tapa para agregar el líquido o cualquier otra cosa que queráis echar mientras se hace el helado.
Hay que tener la precaución de llenarla hasta la mitad o un poco más, pero no demasiado, porque la mezcla aumenta su volumen visiblemente.
Una vez hecho, transferir el helado a un recipiente adecuado y meter en el congelador. Sacar el helado unos 10 minutos anter de servir y...listo :)
La inversión es mínima, el resultado aceptable, sobre todo si os gusta la cocina y tenéis gente en casa a la que le pirren los helados.
Existen más modelos en el mercado, de distintas marcas y volúmenes. Todo depende del presupuesto y del uso que se le vaya a dar, como ya digo.
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